El traumatismo en la embarazada.
La fisiopatología de una mujer gestante que ha sufrido un traumatismo es diferente a causa de los cambios fisiológicos propios del embarazo y por la necesidad de atender a un segundo paciente: el feto.
Resumiendo, los principales cambios anatomofisiológicos a tener en cuenta en una embarazada, son:
- Las presiones arteriales disminuyen por redistribución vascular.
- Mayor frecuencia cardiaca. Debemos tener precaución en la interpretación de la taquicardia como signo de hipovolemia. Considerar como taquicardia una frecuencia mayor a 100 lpm.
- Compresión de la vena cava inferior a partir de la semana 20. Trasladar a la paciente en decúbito supino con ateralización izquierda.
- Cambio electrocardiográficos. Desviación del eje hacía la izquierda.
- En presencia de hemorragia, la embarazada dispone de un mayor volumen sanguíneo, lo que le permite mantener los signos vitales durante un periodo más prolongado. La FC y la TA se pueden mantener en niveles normales hasta el momento de entrar en fracaso hemodinámico severo, pero no así el feto.
- Anemia fisiológica. A pesar del aumento de volumen circulante, el hematocrito no aumenta en la misma proporción, por lo que la anemia por hemodilución es un dato analítico normal.
- Los factores de coagulación aumentan. Lo que ocasiona mayor coagulabilidad que, junto con el éstasis venoso al final del embarazo, hacen que tenga un mayor riesgo de trombosis venosa.
- Menor capacidad pulmonar por elevación diafragmática: disminución de la tolerancia a la apnea y la hipoxia.
- Mayor pérdida renal de bicarbonato, por lo que la acidosis se instaura con mayor rapidez.
- Desplazamiento caudo-cefálico de las vísceras abdominales e intestino, con menor incidencia de lesiones intestinales y mayor riesgo de traumatismo uterino (con hemorragias muy profusas).
- Desplazamiento de la vejiga. En el 3º trimestre la vejiga se distiende convirtiéndose en un órgano abdominal, con el consiguiente aumento del riesgo de lesiones y rotura.
(*) Un útero al final del embarazo consume un 30% del gasto cardíaco de la gestante (frente a un 2% del útero no grávido), lo que explica la rapidez de instauración de la PCR en una gestante hipóxica.
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